martes, 27 de marzo de 2007


Cavazos es un lugar de contrastes. Desde el momento que nos aproximamos en el vehículo sentí el cambio de escenario, es como ingresar a una zona totalmente desconocida pero que luce increíblemente familiar a la vez. Es México, de ello no hay duda, pero también es un lugar que no se parece a ningún otro: con cualidades gastronómicas y visuales únicas. Lo primero que percibes son sus aromas; la combinación del inconfundible pan de elote que se produce de manera artesanal y que cada familia defiende celosamente, el proceso del aguamiel de caña, los dulces tradicionales, los tacos, los aromas se fusionan y al recordarlos te evocan emociones, tal y como los propietarios de los puestos nos narraban: “No hay tal cosa como la comida sin un sentimiento” piensan en el valor de la comida y recuerdan a sus padres y abuelos, algunos de los cuales aún trabajan en los puestos y moliendas más antiguas.

Es fascinante perderse dentro de sus pasillos, inundarse de la saturación visual de sus elementos tan variados- que van desde lentes, joyas de imitación, películas y muebles rústicos varios hasta las envolturas y las presentaciones de su comida. La gente parece renuente al principio, quizá protegiendo el secreto de sus recetas, quizá no acostumbrados a abrirse tan súbitamente a la gente desconocida puesto que noté que todo se rige dentro de las familias, o al menos aquellos de más tiempo y confianza dentro de sus círculos. Sin embargo después de un tiempo de conversación, al percatarse que el interés es genuino se abren con una confianza y una sinceridad que nos contagia de su historia, de sus vivencias y los recuerdos vinculados con Cavazos.

Dentro de los platillos que hacen a Cavazos un lugar único, encontramos el pan de elote y el aguamiel de Caña, comidas que específicamente tratamos dentro de la visita. El elote tierno molido a mano, no me pregunten por qué, simplemente sabe diferente, rico, orgánico. El pan de elote exudaba un olor a sus componentes tan delicioso, el aguamiel es áspero y dulce como pocas bebidas. Además de los sabores, me interesaba saber no sólo la historia detrás de la comida en sí, sino lo que las personas sentían cuando cocinaban o probaban estos productos, lo que les recordaba y quienes les habían enseñado: la parte humana y ciertamente romántica detrás de los procesos gastronómicos de nuestro país, en donde sentarse alrededor de una mesa y compartir los alimentos es siempre algo más que pura alimentación: es un convivio, un intercambio de ideas y emociones, de placeres sensoriales. A partir de ésta experiencia, platicando con su gente, probando la comida, caminando por sus pasillos, inundándonos con sus olores, no existe otra forma de conocer un lugar. La experiencia fue muy grata, desde la oportunidad de asistir con mis compañeros y compartir una aventura, hasta probar los sabores de un lugar como Cavazos y por ende respetar mucho más las variantes y colores de un lugar como Monterrey.

Y sin más que decir:

Panza llena… ¡Corazón contento!

Diana Lorena Pírez

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